La tormenta
El día había sido bochornoso, la humedad subía
desde el suelo como una nube pegajosa, ni los pájaros se movían o trinaban en
los árboles, algo presagiaba lo que vendría, las hojas de los mismos estaban inmóviles
porque el viento parecía ser cosa del pasado, esas hojas que sucumbían bajo la
pesadez de la atmosfera que todo lo aplastaba sin que hubiera defensa alguna.
El atardecer llego sin traer el alivio
esperado por los pobres mortales y animales que deseábamos que el sol se
ocultara pronto; todo era pesado, húmedo, agobiante, nos preparábamos para otra noche
sin descanso, la respiración se tornaba difícil y parecía que el aire debía esforzarse
para llegar a nuestros cansados pulmones
y aliviarnos la vida.
Sabíamos que una lluvia era inminente, la deseábamos
y ansiábamos la frescura que traería a
nuestros campos castigados por la sequia
y un verano impiadoso desde hacía meses, el mismo cielo que nos lo anunciaba
con aquellos nubarrones oscuros y algún relámpago lejano.
Comenzamos a cerrar muy bien las ventanas
aunque eso fuera empeorar la sensación de ahogo, en este pedacito de tierra que
es mi campiña, las tormentas suelen ser algo violentas, con esa manía de promocionarse
con mucha exhibición veraniega, pero nada hacía suponer en lo que se convertiría.
De pronto y sin mucho advertencia, el cielo
se transformo en un arma destructiva que
se desplomó desde las alturas sobre todo
lo que estaba debajo, los arboles no resistieron, zumbaba, rugía, aullaba entre
las ramas destrozadas que volaban lejos, todo lo que había en la calle voló
lejos y lo que no estaba en la calle, también; techos de algunas casas, tanques
de agua, galpones, y los que pudimos y
las casas resistieron solo logramos rezar mientras el vendaval de viento y agua
embestía todo. Fue una media hora que simuló
la eternidad y el fin del mundo a un tiempo, al menos el de nuestro pueblo, cuando
creímos que la calma había regresado, no
entendíamos muy bien que había pasado, la electricidad se había ido hacia mucho,
internet tampoco existía, y solo atinamos a abrir un poco la puerta para ver si
los vecinos estaban bien y hablarnos a través de las ventanas o jardines que en
ese momento no sabíamos en qué estado
estaban porque solo las linternas eran la luz que nos guiaba en medio de los
destrozos.
Mi patio semejaba un campo de batalla donde un
tanque de guerra hubiera pasado, todo estaba
aplastado, roto o desordenado y mojado. Partes de cosas de las casas vecinas yacían
inertes en mi jardín.
Yo estaba bien y fue ahí cuando comencé a
darme cuenta que no había sido una tormenta de verano mas. Al día siguiente
supimos que se llamaba DOWNBURST, nunca mi pequeño pueblo había experimentado
un fenómeno igual. Ahora los bomberos hacían su trabajo y cada vecino trataba
de reconstruir su propio mundo dentro del desorden y roturas, La tierra nos
lleva a su antojo, de nada vale luchar cando la fuerza es tan brutal. Quizás no somos consientes de eso y es en ese
momento cuando valoramos la vida.
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