martes, 1 de marzo de 2022

 

La tormenta

El día había sido bochornoso, la humedad subía desde el suelo como una nube pegajosa, ni los pájaros se movían o trinaban en los árboles, algo presagiaba lo que vendría, las hojas de los mismos estaban inmóviles porque el viento parecía ser cosa del pasado, esas hojas que sucumbían bajo la pesadez de la atmosfera que todo lo aplastaba sin que hubiera defensa alguna.

El atardecer llego sin traer el alivio esperado por los pobres mortales y animales que deseábamos que el sol se ocultara pronto; todo era pesado, húmedo,  agobiante, nos preparábamos para otra noche sin descanso, la respiración se tornaba difícil y parecía que el aire debía esforzarse para llegar a  nuestros cansados pulmones y aliviarnos la vida.

Sabíamos que una lluvia era inminente, la deseábamos y ansiábamos la frescura que traería a nuestros campos castigados  por la sequia y un verano impiadoso desde hacía meses, el mismo cielo que nos lo anunciaba con aquellos nubarrones oscuros y algún relámpago lejano.

Comenzamos a cerrar muy bien las ventanas aunque eso fuera empeorar la sensación de ahogo, en este pedacito de tierra que es mi campiña, las tormentas suelen ser algo violentas, con esa manía de promocionarse con mucha exhibición veraniega, pero nada hacía suponer en lo que se convertiría.

De pronto y sin mucho advertencia, el cielo se transformo en un  arma destructiva que se desplomó  desde las alturas sobre todo lo que estaba debajo, los arboles no resistieron, zumbaba, rugía, aullaba entre las ramas destrozadas que volaban lejos, todo lo que había en la calle voló lejos y lo que no estaba en la calle, también; techos de algunas casas, tanques de agua, galpones, y los que pudimos  y las casas resistieron solo logramos rezar mientras el vendaval de viento y agua embestía todo.  Fue una media hora que simuló la eternidad y el fin del mundo a un tiempo, al menos el de nuestro pueblo, cuando creímos que la calma había regresado,  no entendíamos muy bien que había pasado, la electricidad se había ido hacia mucho, internet tampoco existía, y solo atinamos a abrir un poco la puerta para ver si los vecinos estaban bien y hablarnos a través de las ventanas o jardines que en ese momento no sabíamos en  qué estado estaban porque solo las linternas eran la luz que nos guiaba en medio de los destrozos.

  Mi patio semejaba un campo de batalla donde un tanque de guerra  hubiera pasado, todo estaba aplastado, roto o desordenado y mojado. Partes de cosas de las casas vecinas yacían inertes en mi jardín.

Yo estaba bien y fue ahí cuando comencé a darme cuenta que no había sido una tormenta de verano mas. Al día siguiente supimos que se llamaba DOWNBURST, nunca mi pequeño pueblo había experimentado un fenómeno igual. Ahora los bomberos hacían su trabajo y cada vecino trataba de reconstruir su propio mundo dentro del desorden y roturas, La tierra nos lleva a su antojo, de nada vale luchar cando la fuerza es tan brutal.  Quizás no somos consientes de eso y es en ese momento cuando valoramos la vida.




No hay comentarios:

Publicar un comentario