martes, 17 de noviembre de 2009


El contador de cuentos.

El molino estaba a medio kilómetro, salimos en bicicleta, avisamos a la abuela, sin embargo creo que no nos oyó, porque su mano, mientras preparaba el dulce de zapallos lentamente a fuego muy bajo y sobre la hoja de amianto, o no se sacudió a través de la ventana y mucho menos nos redoblo las advertencias sobre el regreso a tiempo para tomar la leche.

El camino era algo difícil, la lluvia había dejado huellas y las ruedas de nuestras bicicletas cansadas de travesías de niños, avisaban que nos caeríamos en cualquier momento, sin embargo llegamos al molino.

El viejo, estaba allí, donde dijo que lo hallaríamos, sentado a la sombra del viejo paraíso, era un poco hosco, algo barbudo, se rascaba el mentón a menudo, como trayendo los recuerdos a su mente, usaba un sombrero de paño muy gastado color gris, pero siempre estaba limpio y era agradable, quizás por su voz pausada y lenta, clara, armoniosa y suave.

Nos sentamos a oír una vez más aquellas historias que nos llenaban el espíritu y volábamos a su tierra lejana en un sinfín de cuentos inventados mientras encendía su cigarro y suaves ondas de un humo cómplice nos transportaba.

Otro cuento por favor, eran las palabras que surgían mas profusamente de nuestras bocas de niños ávidos de aventuras….

No esta tarde dijo el viejo…ya estuve demasiado tiempo en este lugar, otros vientos me llevaran lejos, y mientras decía esto, sacaba de la vieja bolsita que siempre acomodaba a su lado un pequeño paquete, un envoltorio de papel marrón y con muchos dobleces, atado con una cinta marrón, tan marrón como su piel curtida por el tiempo.

¿Qué es?,

preguntamos todos al unísono,

¿Qué es?

“Paciencia, no se vuelvan presurosos, todo tiene su tiempo y todo se hace justo cuando debe hacerse”

Decirle eso a un grupo que ardía de curiosidad y que solo el estar saliendo de la niñez, era un anhelo casi imposible de cumplir, nada que hacer, el viejo, tan despacio como saco de su bolsita el paquete, lo fue desenvolviendo mientras nos contaba que el contenido de aquel paquete había pertenecido a un noble señor Italiano. Entonces y a medida que los dobleces se hacían más delgados íbamos adivinado…que una caja de chocolates, que un costurero, mi abuela tiene uno así de gordo, dijo uno …que una latita con cartas de amor, dijo la más pequeña , pero que ya soñaba con algún amor en su vida…que no se dijo otro..cuando este ultimo dijo esto, el ultimo doblez dejo paso a algo que casi nadie había visto, al menos de esa manera, OH….era un libro, pero no un libro cualquiera, no tenia las tapas de cartón descolorido como los que teníamos en el viejo armario de la cocina, este era mágico, tenía las tapas de cuero, si, color claro, un poco manoseado, pero nos parecía nuevo, tanta era el hambre de novedades, también tenía amarillas las hojas, pero no importaba, si había pertenecido un noble italiano, que importaban las hojas amarillas!!!

Pero lo más lindo y lo que más nos llamaba la atención eran las letras, parecían bordadas en oro “La Guerra y la Paz”, y debajo también el letras doradas pero más pequeñas “León Tolstoi”. Que quería decir Tolstoi? León era clarísimo, el rey de la selva, pero Tolstoi, vaya uno a saber. Nos dejo mirarlo, darlo vuelta, abrirlo, ver y oler sus hojas, que esencia extraña provenía de aquel volumen mágico. Amargo, pero a la vez salado, era agradable pensé, parecía que llevara el tiempo y los olores en su interior, y así debía de ser, porque sus imágenes también lo eran, ellas parecían pintadas en lápiz pero que bellos soldados… ¿qué historia seria aquella para que el viejo cuentero tuviera guardada tal reliquia entre sus exiguas posesiones? Entonces fue el momento, el momento casi fantástico cuando el viejo cuentero dijo:
Es tuyo!

Mío? Pregunte azorado y sin poder creer que tamaño obsequio me fuera concedido,

- ¿ Un libro para mí? Todo ese libro grande, con tapas de cuero y letras de oro..¿ Para mí? Y si. Era mío, pero con la condición de que compartiera las palabras que habían en el con los que ahora éramos testigos del más grande acto de generosidad que mis pocos años hubieran imaginado. “La guerra y la paz” todo mío. Y fue así que es el libro que aún conservo en mi biblioteca entre muchos pero único porque fue el inicio y el descubrimiento de las palabras, y las palabras fueron pensamientos, y el pensamiento fue fantasía y la fantasía fue creación .

Fue entonces que todos deseábamos que ese señor que nos despertó la curiosidad a través de sus historias, y ahora que nos descubría el misterio de las palabras, permaneciera con nosotros para siempre; Sin embargo ahora, cuando el tiempo transcurrió y al permitir que la memoria me lleve hasta el molino, entiendo que eso fue parte de la vida de niños pero que salían de la niñez parta adentrarse en el mundo de los jóvenes y gracias al viejo cuentero con la pasión por las palabras y las historias, también se ahora que sin aquel viejo del molino…jamás me hubiera transformado en alguien que aun ahora cuando el tiempo ha pasado, cuenta historias, cotidianas algunas, aventureras otras, pero siempre condimentadas con mi propia sazón, a quien quiera escucharlas, aquí está el viejo cuentero. Que no es tan viejo, pero si rico en historias que ahora escribe en papel o en su computadora. Pero sigue siendo el viejo cuentero con su herencia de palabras e historias dentro de aquel enorme tomo de “La guerra y la paz” .

Gracias, Viejo cuentero, te llevare en el alma.

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